Gramática para todos y todas


(Post descolgado sobre docencia universitaria)

Hace unas semanas me enteré de que tenía que dar un teórico-práctico de Gramática, además del práctico que doy desde hace casi 7 años. Ante la repentina jubilación de una de las docentes, mi pidió que diera una de las clases del TP, con un tema poco atractivo para las masas estudiantiles de Letras: la morfología verbal.
Muchos se preguntarán qué corno es un teórico-práctico. Es eso, un híbrido entre teórico y práctico, ni una cosa ni la otra, ni fu ni fa, y es esa indefinición lo que hace difícil preparar una clase que se precie de ser teórica y práctica a la vez.
El TP es un invento ad hoc para que las materias introductorias con mucho contenido tengan dos horitas más para poder terminar con los ambiciosos programas. Por eso, sólo Teoría y Análisis Literario, y Gramática lo tienen.
Ayer miércoles 17/4 finalmente llegó el día de la mentada clase. La preparación me llevó una investigación de días acerca de la morfología verbal, pero la clase sólo duraba dos horas. Se suponía que con la ejercitación, se irían volando. Pero justamente es en la ejercitación donde aparecen las dudas de los alumnos, que pueden llegar a multiplicarse al infinito.
Ayer miércoles di 8 horas de clase en Puán porque justo es el mismo día que doy el práctico y el curso de extensión. A las 9 de la mañana arranqué con el curso sobre redacción de monografías, tuve una pausa para picar algo, di el práctico e inmediatamente me tocaba dar el TP. A mis alumnos los dejé salir antes para poder tomarme un cafecito antes de entrar al aula. También les dije que no era necesario que fueran al TP, porque iban a tener una sobredosis de mi persona. Finalmente, desoyeron mi consejo y ahí los tenía, firmes junto al pueblo, atentos y riéndose de mis pseudochistes.
Varias cosas que me tenían con los nervios de punta: primera vez que daba un TP; primera vez que tenía que enfrentarme al alumnado completo de la materia (240 inscriptos, y ayer había 100 y pico seguro); y también primera vez que me grabarían la clase. En general, en el práctico uno se siente más libre para hablar, porque total no hay registro. Pero en el caso del TP, no sólo me iban a grabar, sino que lo harían desde dos frentes: el CEFyL y SIM.
Apenas llegué al aula, me sentí abrumada por la cantidad de gente. El aula estaba colmada, había alumnos afuera, con sillas de otras aulas metidas a la fuerza. Los chicos que estaban en el fondo no podían salir del aula sin patear alguna cabeza antes. Tenía un grupo de alumnos sentados en el piso y otro debajo del pizarrón, recibiendo de vez en cuando oleadas de polvo de tiza de mi parte a causa del borrador (imposible dar una clase de Gramática sin usar el pizarrón en un 90% para resolver ejercicios). Me daba un poco de cosa dar la clase en ese estado de situación. Estaba literalmente acorralada por sillas, con poca posibilidad de moverme. Pobres pibes, yo trataba de girar para todos lados y hacer que se me escuchara desde todos los ángulos. No sé si lo logré.
Así como me abrumó la cantidad de gente, también me encontré de repente con dos grabadores digitales sobre el escritorio (uno creo que era un i-pod mini o como se llame) y los respectivos desgrabadores ahí presentes. Traté de no pensar tanto en que estaba siendo grabada, pero la verdad que fue difícil. Habría un registro de cada explicación, de cada definición y también, de cada potencial pifie. Creo que la zafé. Lo bueno es que voy a poder corregirlos, así que si hay algún papelón, puedo apretar delete y a la lona.
En fin, apenas entré al aula, entonces, sentí unos nervios de estómago muy agudos y un cierto shock y sensación de rock star (cómo es que hay tanta gente y cómo voy a hacer para que me escuche el pobre que quedó atrás de todo, a 20 km del pizarrón). Una vez que arranqué a explicar lo que era la morfología configuracional y la mar en coche, se me fue pasando el primer impacto, y de repente, todo fluyó. Los ejercicios se fueron sucediendo, asimismo mis explicaciones. Y luego llegó el aluvión de preguntas. Las preguntas de los alumnos arman la clase en un 80%, diría yo. Y nunca sabés qué te pueden preguntar, así que ahí entra en juego la improvisación y el manejo de temas que se van de la clase en sí. El ping pong duró aproximadamente una hora. Terminé explicando la vida y obra del morfema, más o menos. A cada rato miraba el reloj pensando si iba a poder terminar con todo, y si no iba a morir en el intento. La última vez que miré, eran las 7 clavadas. Listo, había cumplido con la tarea encomendada a último momento por la jefa (Todavía recuerdo su frase: “Te doy un solo TP porque estás con la Tesis”). Sobreviví. Terminé agotada, pero también sorprendida (para bien) por la reacción del alumnado.
La yapa: aluvión de preguntas al final de la clase, incluidas dudas sobre ejercicios vistos en otros prácticos, y alumno que me pidió pasarse a mi curso.

El colegio de los rubios con oportunidades.


Desde que me recibí tuve como principio trabajar sólo en escuelas públicas y abstenerme del Nacional. Intenciones de guiar la praxis vital con ciertos presupuestos ideológicos. Pero la burocracia es artera y, por diversas circunstancias de inscripciones perdidas y necesidad del dinero, terminé aceptando una oferta laboral tentadora en un Colegio privado. Por suerte, laico, con principios solidarios. Pero privado, platense y en el centro. Siempre los alumnos son el “otro“, pero estos chicos representan, para mí, un otro radical. Es claro que mi habitus de clase se contrapone al de ellos. El capital económico del que carezco debe ser compensado por capital cultural (estudios, lecturas) y simbólico (autoridad-docente). Es esa pugna la que se ve en el siguiente diálogo:
Piba Rubia: ¿Pero si nunca trabajaste en una privada porqué te dieron el trabajo acá?
Yo:  Porque estudié.
La infraestructura y las condiciones laborales me impactaron: ventilador gigante, proyector, televisor, DVD. En la primera clase, la que suscribe peló sus tizas “Señorita Maestra” y las puso sobre el escritorio. Risas. Una voz en el frente sentencia: “profe, es pizarrón con fibrón”. Ja, listo, magistral entrada. ¿Cómo construir una figura legitimada después de eso? Y cómo refrenar mis representaciones conflictivas y prejuicios ante la clase media/alta. No puedo dejar de compararlos con mis chicos de Berisso, que laburan, que tienen hijos, que viven situaciones domésticas horribles. El primer día de clases en el Colegio privado azucé constantemente sus rebeldías adolescentes con frases del tipo: “ustedes no se pueden quejar de la exigencia porque ustedes no trabajan” o “ustedes no tienen problemas económicos”. Veo las cabezas rubias, mucho “Delfi”, mucho uso irónico de la cumbia, todo muy diferente. Pero, al mismo tiempo, son adolescentes. Bourdieu señaló, pensando en Fréderic de “La educación sentimental”, que ellos son los que todavía no se comprometen con los juegos sociales que el presente, en su insistencia amenazadora, impone. Y la literatura y los encuentros en clase, además, tal vez, tienen esa potencia de generar ciertas fisuras. No sólo en ellos, en las categorías del juicio profesoral, en los prejuicios de clase. Se hace con introspección, mirada crítica, conmoción y entrega. Veremos. Aunque no descarto la inoculación por medios espurios de un ímpetu revolucionario para liberar a los oprimidos, pero eso es para otra oportunidad y para otro género, de ribetes Sci-Fi conspirativos.