El §40 de Ser y tiempo trata sobre la angustia y sus características. Ahí el
buen Martin dice que “Lo que caracteriza el ante-qué de la angustia es el hecho
de que lo amenazador no está en ningún lugar”. Esta afirmación se nos aparece cómo
bastante extraña frente a la experiencia de esa stimmung fundamental que ya nos empieza a poseer ante el horizonte
inexorable del comienzo de las clases. Creemos saber bien qué es lo que nos
angustia: la escuela, dar clase, los chicos. Los Otros, en definitiva. Quizás
debería ser más cuidadoso con el empleo del plural, porque he oído que existen
docentes felices de que el llamado “ciclo lectivo” comience. Sin embargo,
repudiamos desde aquí esa manera de “ser en el mundo”: nosotros, los profesores
sin vocación, los profesores misántropos, los que si estuviéramos del otro lado
del mostrador no nos escucharíamos a nosotros mismos, no los reconocemos como
parte del colectivo de profesores “bien”. A ese grupo de humanos no tenemos
nada que decirle.
Pero volvamos a
nuestro tema. Un corazón de latidos levemente acelerados va trasladándose
dentro de un cuerpo dispuesto a instrumentalizarse para saciar un monstruo que
exige una víctima cada cuarenta minutos. ¿El profesor es el libertino o la víctima
sadeana? La escena parece ser siempre la misma: la misma disposición espacial,
el mismo decorado, la dinámica de los cuerpos responde a una lógica también
previsible dentro de la variedad de desórdenes que va a tener lugar. Sin
embargo, no. Y no tiene que ver con la estúpida sentencia que dice que, como en
el teatro, “cada función es distinta de la anterior”. Zizek, si le convidáramos
un par de mogras, diría que lo que opera ahí es una brecha de paralaje.
Recordemos cómo define este entrañable drogadicto la paralaje:
“(...) el
aparente desplazamiento de un objeto causado por un cambio en la posición de
observación que brinda una nueva visión. El giro filosófico que debe sgregarse,
por supuesto, es que la diferencia observada no es simplemente “subjetiva” (...)
Es más bien, como habría que formularlo Hegel, que sujeto y objeto están
inherentemente mediados, de modo que un desplazamiento “epistemológico” en el
punto de vista del sujeto refleja siempre un desplazamiento “ontológico” en el
objeto mismo.”
¿Adónde nos
lleva esto? A David Lynch, desde luego. Recordemos una escena, quizás una de
las más potentes de la historia del cine. O quizás no. En todo caso, recordémosla.
En esa fiesta de Carretera perdida, de repente, aparece un personaje, Mystery Man.
El diálogo que tiene lugar es tan inquietante que no se puede permanecer ajeno
a las posibilidades que de él se desprenden.
Si el gran tema
de las películas de Lynch es la inestabilidad de las identidades eso nos da la
clave para entender a qué responde la angustia del comienzo de clases. No es ni
la escuela ni los niños ni los directivos ni el salario, sino “el punto en el
cual el objeto devuelve la mirada” en tanto “la pintura está en mi ojo pero yo
también estoy en la pintura”. Esa viscosidad, esa entidad que cobra vida cuando
las series de sentido que vienen del profesor y del estudiantado entran en contacto, también
tiene un ojo. Lo que angustia es hacer un llamado y descubrirnos a nosotros
mismos del otro lado de la línea, bajo la forma que fuere. Esa angustia
entonces nace de “cómo es que es uno mismo. Por lo que uno se angustia es por sí
mismo”.
Si ésa fuera
entonces la causa de la angustia que ciertos profesores sentimos ante El Lunes,
sería una gran oportunidad para mirar el abismo, reconocernos en él y
derrotarlo. La sospecha, sin embargo, de que ese sentimiento que nos invade
tenga su origen simplemente en las ganas de no laburar tiñe todo de una vulgaridad
tal que preferimos no considerarla.
0 comentarios:
Publicar un comentario