El colegio de los rubios con oportunidades.


Desde que me recibí tuve como principio trabajar sólo en escuelas públicas y abstenerme del Nacional. Intenciones de guiar la praxis vital con ciertos presupuestos ideológicos. Pero la burocracia es artera y, por diversas circunstancias de inscripciones perdidas y necesidad del dinero, terminé aceptando una oferta laboral tentadora en un Colegio privado. Por suerte, laico, con principios solidarios. Pero privado, platense y en el centro. Siempre los alumnos son el “otro“, pero estos chicos representan, para mí, un otro radical. Es claro que mi habitus de clase se contrapone al de ellos. El capital económico del que carezco debe ser compensado por capital cultural (estudios, lecturas) y simbólico (autoridad-docente). Es esa pugna la que se ve en el siguiente diálogo:
Piba Rubia: ¿Pero si nunca trabajaste en una privada porqué te dieron el trabajo acá?
Yo:  Porque estudié.
La infraestructura y las condiciones laborales me impactaron: ventilador gigante, proyector, televisor, DVD. En la primera clase, la que suscribe peló sus tizas “Señorita Maestra” y las puso sobre el escritorio. Risas. Una voz en el frente sentencia: “profe, es pizarrón con fibrón”. Ja, listo, magistral entrada. ¿Cómo construir una figura legitimada después de eso? Y cómo refrenar mis representaciones conflictivas y prejuicios ante la clase media/alta. No puedo dejar de compararlos con mis chicos de Berisso, que laburan, que tienen hijos, que viven situaciones domésticas horribles. El primer día de clases en el Colegio privado azucé constantemente sus rebeldías adolescentes con frases del tipo: “ustedes no se pueden quejar de la exigencia porque ustedes no trabajan” o “ustedes no tienen problemas económicos”. Veo las cabezas rubias, mucho “Delfi”, mucho uso irónico de la cumbia, todo muy diferente. Pero, al mismo tiempo, son adolescentes. Bourdieu señaló, pensando en Fréderic de “La educación sentimental”, que ellos son los que todavía no se comprometen con los juegos sociales que el presente, en su insistencia amenazadora, impone. Y la literatura y los encuentros en clase, además, tal vez, tienen esa potencia de generar ciertas fisuras. No sólo en ellos, en las categorías del juicio profesoral, en los prejuicios de clase. Se hace con introspección, mirada crítica, conmoción y entrega. Veremos. Aunque no descarto la inoculación por medios espurios de un ímpetu revolucionario para liberar a los oprimidos, pero eso es para otra oportunidad y para otro género, de ribetes Sci-Fi conspirativos.

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