Nun-ca se-ré po-li-cía


    De todos los reflejos que materializan el "juego de espejos" (¡!) en el que consiste la docencia, el que me saca dos o tres horas de sueño haciendo las veces del "tic tac tic tac tic tac" -porque uso el reloj del celular y es bastante silencioso- es todo el backstage que rodea al nunca bien ponderado tópico que reza "a quién votará la profesora".
Si en noviembre la cosa ya quedó bastante clara es porque la Torre de Babel trimestral no fue en vano, pero el problema reside no tanto en el impacto o en la ternura que me genere oír a pequeños de trece, catorce o dieciocho años defender con tenacidad las posiciones políticas derrotistas o conservadoras de sus padres, sino en darme cuenta que necesito verlos enojados conmigo. Y eso implica extrapolar y exagerar mi opinión cuando les planteo una actividad que no quieren hacer (v.g., un debate sobre una ley o generar los mecanismos necesarios para que se comprenda la disidencia histórica en torno a un documento). Es decir, implica mostrarles algo que no pienso. Porque todos sabemos que la exageración deforma.
   Ser profesora de materias que tienen por objeto comprender por qué la “Teoría de los dos demonios” fue bastante conducente con el alfonsinismo o por qué las leyes no son letra muerta que se imponen desde arriba, sino más bien el resultado de una lucha intensa que pretenden esconder muchas veces exitosamente, implica olvidarme de recibir la aprobación inmediata del que me escucha. Olvidarme de lo que yo creo. Porque yo ya lo sé y ya sé de quién espero la aprobación y de quién el repudio. Tengo que olvidarme de “mis diferencias con el kirchnerismo” y de “mi filotrotskismo”, porque son cosas que ellos no van a comprender de la misma manera que yo en este momento de su vida.    
     Lo único que necesito es que se enojen. Porque si se enojan se re-preguntan. Piensan  ese problema que los llena de orgullo y bronca y la semana que viene me conceden muchos argumentos, a veces sin ser plenamente conscientes de que están haciendo eso. Y eso sucede porque el enojo y la derrota son muy pedagógicos. Son mucho más pedagógicos que la adulación y la victoria. Porque cuando uno gana, no se pregunta por qué ganó. Porque ganar significa que  lo que uno pensaba de antemano estaba bien y por eso se impuso en el debate. El “¿por qué hay algo que me hace ruído?” nace en la sensación de estar equivocado, en la sensación de que hay algo que no estamos tomando en cuenta y ese algo cambiaría la perspectiva que tenemos sobre un problema determinado.
    "Lo ilustraré con un ejemplo áulico". En pleno furor congresista, no quisieron debatir el proyecto de ley sobre el voto a los 16 años “porque a nosotros no nos interesa ir a votar ahora, profe” pero, sin embargo, cuando la semana siguiente tuvieron que escribir cinco párrafos con su posición  sobre dos Editoriales al respecto, me encuentro con varias justificaciones sobre por qué es importante esa ley. Y pensé “¡Sí! ¡Se enojaron, paciencia que ahora viene la ola que rompe de nuevo”. Se enojaron, pero no sólo se enojaron, sino que repasaron el enojo para acomodarlo con lo que estaban conociendo ahora. La semana siguiente me encontré con oraciones que decían “es buena la ley  porque hay chicos que participan en el Centro de estudiantes de su escuela y es injusto que los grandes que no hacen nada si puedan votar presidentes” y “porque en realidad todos podemos votar si estamos informados” o el llano pero sugestivo “porque hay gente más grande que yo que es re tonta y vota”.
Y sucede que necesito leer que detrás de esas justificaciones se esconde un deseo propio de participación –inhibido, quizá, por los compañeritos cancheros del curso o por sus propios padres, qué se yo.
Entonces caigo en la cuenta que es mutuo el qué dirán. Yo también los sobre interpreto. Necesito recordar siempre el deseo de leerlos más allá de lo que ellos dicen. Necesito retener los resultados de la pedagogía del enojo. Necesito recordarla constantemente para no convertirme nunca en una de esas señoras malas que no esperan el segundo acto después del Acto del enojo, para no convertirme en una profesora vigilante que sólo cree que los que sobre interpretan -con el encasillamiento político, con el chiste fácil o con la protesta gratuita- son ellos, los nenes que juegan a ser adultos.
   Y es por eso que, para despedirme, me pongo de pie y -cual Nacha Guevara frente al blog tiramagia- agarro el labial rojo de la abuela y postulo lo siguiente:
Tengo que aceptar y tomar como bastión de victoria ese chiste de pasillo que escucho y ellos piensan que yo no escuchoes re quilombera, le planteamos que necesitamos debatir con los pibes del viaje de egresadoy listo. La clase que viene toma la prueba” o el “Profe… ¿vos tuviste una abuela que recibió medicamentos de Evita? ¿no? como síntoma de que todo sale mejor de lo que espera una persona un poco neurótica y auto flagelante como yo.    
    No necesito que sepan que yo no soy progresista, pero que jamás apoyaría a ningún sector patronal, ni que en el 2001 no entendía nada de la vida y que mis viejos me criaron en un ambiente de antipatía hacia la militancia, generada por su propia derrota política. No necesitan saber que sea por eso mismo por lo que los comprendo más de lo que creen ellos. Y no necesitan saber, tampoco, que les banco ese enojo visceral. Porque perdería lo pedagógico”.

7 comentarios:

Gizmo dijo...

Te banco todo el post, troskoloca.

Qué lindo se está poniendo el blog, pucha.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
LauSan dijo...

Buenísimo el post. Buenísima la pedagogía del enojo. Un par de debates más y podés escribir un libro che!

Fersenu dijo...

Juro que me quedé pensando toda la mañana en la pedagogía del enojo. Intentaré aplicarla en mis clases :P

Unknown dijo...

Háganlo, provoquenlos, en el fondo les gusta tener alguien a quien le interese pelear con ellos. Creo que muchos piensan que son intrascendentes para la "gente mayor".

Karu dijo...

Genialísimo este post che!

Matías dijo...

Pienso lo mismo sobre el enojo, y estoy pensando en muchas situaciones que me pasaron cosas parecidas pero nunca se me ocurrió plasmarlo pedagógica mente. ¡Gracias por compartir, compagna!

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